En medio de titulares que hablan de “revolución” y de presentaciones cargadas de promesas, OpenAI anunció GPT-5, su modelo de inteligencia artificial más reciente.
La puesta en escena suena a un salto histórico, pero bajo la superficie, las mejoras son más discretas de lo que el marketing sugiere: ajustes en velocidad, precisión y manejo multimodal que afinan lo ya existente.
Más que un cambio de era, es una jugada para reafirmar presencia en una competencia tecnológica que no concede pausas.
“La promesa de la mente sintética”
Por: Gabriel E. Levy B.
La historia de la inteligencia artificial no se mide en décadas, sino en saltos.
Desde los primeros programas de ajedrez que fascinaban por derrotar a campeones humanos hasta los sistemas actuales capaces de escribir novelas, producir código de software o generar diagnósticos médicos, cada avance ha empujado el límite de lo que entendemos por inteligencia.
Marvin Minsky, uno de los padres fundadores de la IA, ya advertía en los años 80 que “cada vez que la IA resuelve algo, dejamos de llamarlo inteligencia artificial”.
La irrupción de ChatGPT en 2022 marcó un antes y un después.
GPT-3.5 y luego GPT-4 extendieron sus tentáculos hacia la educación, la programación y la creatividad.
Ahora, GPT-5 busca afinar lo que ya parecía afinado: menos errores, más velocidad, mejor contextualización. La multimodalidad avanzada, entender no solo palabras, sino imágenes, sonidos y videos como un todo, recuerda el viejo sueño de Alan Turing: una máquina capaz de percibir el mundo y no solo procesar símbolos.
Pero el salto, aunque técnico, se percibe distinto.
No se trata de un “momento internet” o un “momento smartphone”, sino de una actualización más sutil.
Quizás porque, como señalan los sociólogos Evgeny Morozov y Shoshana Zuboff, la innovación tecnológica actual se encuentra atrapada entre la presión de la competencia y la necesidad de mostrar novedad constante, aunque sea mínima.
“Avanzar para no ser alcanzados”
La competencia por la supremacía en IA es tan vertiginosa que parece más una maratón sin meta que una carrera con propósito.
OpenAI, Google DeepMind, Anthropic y decenas de laboratorios emergentes trabajan en modelos cada vez más rápidos, más eficientes, más capaces de “razonar”.
GPT-5 llega no solo como una herramienta, sino como una respuesta estratégica para no ceder terreno frente a Gemini de Google o Claude de Anthropic.
En ese contexto, cada nueva versión tiene una doble función: mejorar la experiencia del usuario y reforzar la percepción de liderazgo.
La unificación de modelos, el modo estudio, la integración con servicios como Gmail y Calendar, o la personalización del tono de voz no son solo mejoras técnicas, sino también mensajes de mercado.
OpenAI parece decir: “Estamos aquí, seguimos liderando, no nos hemos quedado atrás”.
Sin embargo, el dilema ético y estratégico es evidente.
La velocidad de actualización deja poco espacio para reflexionar sobre impactos sociales, riesgos de uso indebido o desigualdades en el acceso a estas herramientas.
En otras palabras, la evolución técnica corre más rápido que la evolución de los marcos regulatorios y de nuestras propias capacidades para comprender y manejar lo que hemos creado.
“Cuando el progreso se vuelve karma”
El concepto de “karma” aquí no es espiritual, sino cultural: la idea de que las acciones pasadas condicionan el presente y el futuro.
En la carrera de la IA, cada nuevo modelo nace con las expectativas y presiones acumuladas de su predecesor.
No importa cuánto mejore, siempre será comparado, evaluado y exigido bajo el prisma de “lo próximo debe ser más grande que lo anterior”.
Este ciclo puede llevar a un fenómeno conocido en economía como “rendimientos decrecientes de la innovación”. Nicholas Carr, crítico del fetichismo tecnológico, lo formula así:
“La tecnología no se detiene, pero el impacto de cada avance sucesivo tiende a ser menor que el anterior, aunque el esfuerzo sea mayor”.
GPT-5 representa un salto técnico, pero no un quiebre cultural.
Y, sin embargo, la presión por anunciarlo como tal es inevitable.
En esta dinámica, el riesgo es doble: para los desarrolladores, que viven en una tensión constante entre mejorar y revolucionar, y para los usuarios, que pueden llegar a perder la capacidad de asombro y la mirada crítica.
Si todo es “el más avanzado de la historia”, ¿cómo distinguimos lo verdaderamente transformador de lo incremental?
“De la teoría al terreno”
Los casos de uso de GPT-5 muestran tanto su potencia como sus límites.
En programación, GPT-5 Pro reduce significativamente los errores y supera a rivales como Gemini y Claude, acelerando procesos que antes requerían días de trabajo humano.
En educación, el modo estudio permite a estudiantes recibir tutorías personalizadas y adaptadas a su estilo de aprendizaje, algo que podría democratizar el acceso al conocimiento, siempre que no dependa de costosos planes de suscripción.
En medios de comunicación, la multimodalidad abre la puerta a análisis más ricos: un periodista podría subir un video de una rueda de prensa, pedir un resumen y recibir además un contexto histórico y análisis de lenguaje no verbal.
Sin embargo, el riesgo de que estas mismas capacidades se usen para fabricar desinformación audiovisual es igualmente real.
En la salud, GPT-5 puede analizar imágenes médicas junto con descripciones clínicas para sugerir diagnósticos preliminares, pero ningún experto serio recomendaría confiar ciegamente en la máquina: el margen de error, aunque reducido, no desapareció.
Finalmente, en el terreno creativo, la personalización de “personalidades” de respuesta, desde un tono cínico hasta uno más robótico, abre posibilidades narrativas, pero también plantea preguntas sobre la manipulación emocional de los usuarios y la autenticidad de la interacción.
En lo realmente humano se raja
Pese a su despliegue técnico, GPT-5 tropieza en lo más delicado: aquello que hace a la inteligencia profundamente humana.
El humor que produce sigue siendo rudimentario, la ironía se percibe plana, el sarcasmo casi inexistente y, sobre todo, su habilidad para comprender contextos complejos continúa siendo limitada.
Esta carencia alimenta una de las críticas más recurrentes de académicos y analistas: en estos aspectos esenciales, GPT-5 no se distancia demasiado de GPT-4.5.
Tal percepción parece dar la razón a Kenneth Cukier, Viktor Mayer-Schönberger y Francis de Véricourt, autores de Framers, quienes han insistido en que la capacidad de la mente humana para contextualizar, interpretar y proyectar escenarios no puede ser replicada por ninguna máquina.
En conclusión, GPT-5 es un hito técnico, pero también un espejo donde se refleja el karma de la evolución tecnológica: la obligación constante de avanzar para no retroceder, incluso cuando el avance ya no implica un salto cultural. Nos recuerda que la verdadera revolución de la IA no será la que sume más modos o reduzca más errores, sino la que nos obligue a replantear qué queremos hacer con estas máquinas y, sobre todo, qué no queremos delegar en ellas.
Referencias
- Minsky, Marvin. The Society of Mind. Simon & Schuster, 1986.
- Carr, Nicholas. The Glass Cage: Automation and Us. W.W. Norton & Company, 2014.
- Morozov, Evgeny. To Save Everything, Click Here. PublicAffairs, 2013.
- Zuboff, Shoshana. The Age of Surveillance Capitalism. PublicAffairs, 2019.
- Cukier, Kenneth; Mayer-Schönberger, Viktor; de Véricourt, Francis. Framers: Human Advantage in an Age of Technology and Turmoil. Dutton, 2021.