En plena era digital, donde la transformación permea cada esfera de nuestra vida, la política parece atrapada en las prácticas del siglo XIX. A pesar de la tecnología disponible, la democracia representativa mantiene una participación ciudadana casi simbólica.
¿Por qué la política se resiste a la era digital?
Por: Gabriel E. Levy B.
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La revolución digital transformó, sin lugar a duda, el entramado de nuestra existencia cotidiana. Hemos experimentado una reinvención de casi todos los aspectos de la vida humana, impulsados por la innovación tecnológica y la interconexión global.
El entretenimiento dejó atrás los simples canales de televisión y se sumergió en plataformas como Netflix, donde se puede elegir qué, cuándo y cómo ver. En el ámbito de la salud, la telesalud permite que el diagnóstico y el tratamiento lleguen a lugares remotos, mientras que, en educación, la teleeducación democratiza el acceso a la información.
Las aulas tradicionales ahora compiten con plataformas interactivas y cursos en línea. En cuanto al trabajo, el teletrabajo rompe barreras geográficas y redefine los espacios laborales. No sólo eso, el comercio se reinventa con la facilidad del e-commerce y las transacciones en criptodivisas, desafiando los sistemas financieros tradicionales.
En la cultura, ya no dependemos exclusivamente de bibliotecas físicas o galerías de arte; tenemos museos virtuales, e-books y plataformas de streaming musical. Las redes sociales, por su parte, han reformulado nuestra manera de interactuar, creando comunidades virtuales que trascienden fronteras.
La resistencia Digital de la Política
Sin embargo, hay un ámbito que parece resistirse a esta transformación: la política. Paradójicamente, en un mundo en el que casi todo se digitaliza, la política permanece arraigada en prácticas que recuerdan al siglo XIX.
Las democracias representativas aún basan su funcionamiento en la elección de candidatos, donde la participación ciudadana es, en gran medida, simbólica.
¿Por qué, si hoy tenemos la tecnología para que cualquier decisión gubernamental sea sometida a la consulta y aprobación de aquellos que deseen participar, seguimos aferrados a modelos obsoletos?
Santiago Siri, fundador de Democracy OS, argumenta que la tecnología ofrece las herramientas para una democracia más participativa, pero la inercia y el statu quo prevalecen. La política parece ser una de las últimas trincheras que se resiste a la era digital[1].
El dilema radica en los guardianes de estas trincheras: las élites políticas y los intereses establecidos que ven amenazado su poder ante una ciudadanía más informada y participativa.
Temen a la descentralización del poder y a la democratización real. Además, la política, en muchos contextos, es una maquinaria bien aceitada que resiste cambios que puedan perturbar su funcionamiento. Así, lo que prevalece es el miedo al cambio, la comodidad de las estructuras establecidas y la reluctancia a ceder poder.
Es un juego de poder e intereses donde la tecnología, pese a su potencial revolucionario, es vista como una amenaza más que como una herramienta de progreso.
El Lobby de las Grandes Corporaciones
El poderío de las grandes corporaciones en la política global es innegable. Estas multinacionales, armadas con vastos recursos, ejercen una influencia descomunal sobre las legislaciones nacionales e internacionales, a través de lo que se conoce como “lobbying”. Empresas como Google, Amazon, Facebook y ExxonMobil, entre otras, han gastado millones en esfuerzos de lobby para moldear políticas a su favor. Por ejemplo, según el Centro para la Política Responsiva, tan solo en 2020, Amazon invirtió más de 18 millones de dólares en lobbying en los Estados Unidos[2].
Su objetivo: influir en asuntos que van desde la privacidad de los datos hasta las normativas fiscales. La industria farmacéutica, por su lado, con gigantes como Pfizer y Johnson & Johnson, desembolsa sumas similares para influir en políticas de salud y regulaciones.
Estas acciones de lobby permiten a estas entidades moldear legislaciones de manera que favorezcan sus intereses y maximicen sus beneficios.
Ahora bien, si pudiésemos aplicar una democracia participativa real, donde cada individuo tuviera un voto directo en todas las decisiones gubernamentales, el poder de estas multinacionales se diluiría.
Es precisamente por esta razón que muchas de estas corporaciones favorecen y apoyan el sistema de democracia representativa actual. En este sistema, su influencia concentrada y sus recursos financieros les permiten ejercer una presión efectiva y directa sobre un pequeño grupo de representantes, en lugar de tener que convencer a la vasta y diversa población en su conjunto.
Los Jóvenes no encuentran su espacio en la política actual
Las nuevas generaciones, nacidas y criadas en la era digital, se encuentran en un choque frontal con la política tradicional del siglo XIX.
Están acostumbrados a un mundo en el que pueden expresarse, opinar y debatir en tiempo real a través de múltiples plataformas. Para ellos, la idea de que un representante hable por ellos es ajena y desactualizada. Esta situación contrasta con la de sus padres, quienes crecieron en una era donde los grandes medios de comunicación dictaban el discurso y el ciudadano común tenía un papel pasivo de escucha y absorción.
Las redes sociales han otorgado a los jóvenes un altavoz y una plataforma. Ya no son meros espectadores; son protagonistas que desean ser escuchados directamente. En este contexto, la política representativa tradicional les resulta anacrónica.
¿Por qué necesitan intermediarios, cuando tienen la capacidad de comunicarse y expresarse en una escala global?
Esta desconexión ha llevado a una creciente apatía y desencanto hacia la política convencional. En respuesta, muchos jóvenes se inclinan hacia figuras políticas radicales, ya sea de la derecha o de la izquierda. Buscan una ruptura, una sacudida que desafíe y, eventualmente, desmorone las estructuras establecidas.
Esta sed de cambio y descontento se evidencia en el surgimiento y éxito de candidatos como Javier Milei en Argentina, Bolsonaro en Brasil o incluso Petro en Colombia.
Milei, con su estilo controvertido y retórica libertaria, representa una ruptura con la norma, atrayendo a jóvenes que ven en él una figura que desafía el status quo y por más que su discurso carezca en muchos aspectos de sentido, logra conectar con una masa que exige cambios en la forma en que se hace la política.
En conclusión, La era digital ha revolucionado múltiples facetas de nuestra sociedad, pero la política, anclada en prácticas del siglo XIX, se muestra reacia a evolucionar.
Las grandes corporaciones ejercen un lobby poderoso, reforzando la democracia representativa que les beneficia.
Las nuevas generaciones, empoderadas y vocales en plataformas digitales, exigen un cambio. Se sienten alienadas por un sistema que no les representa y gravitan hacia figuras radicales en busca de ruptura.
La política tradicional debe renovarse o enfrentar un creciente descontento. Es imperativo reconectar con una ciudadanía que ya no quiere ser solo espectadora, sino protagonista activa.
[1] Siri, S. (2015). Hacking the citizenry? TEDxRiodelaPlata.
[2] Amazon: Lobbying Expenditures 2020″. OpenSecrets. Center for Responsive Politics.