Hace dos años la TV Noruega comenzó a explorar una de las más interesantes y audaces innovaciones en formatos televisivos. Programas que, con una excelente producción e imagen en alta calidad transmitían en tiempo real acciones y experiencias de la cotidianidad de la vida del país.
Imaginemos un programa donde la única premisa es mostrar lo que se ve desde la ventana de un tren en movimiento entre dos ciudades. Normalmente no hay narración ni edición, ni siquiera gráficos o una presentación inicial. Solo una cámara de alta calidad y sonido ambiente.
El programa icónico con el que inicio este movimiento televisivo, Bergensbanen Minutt for Minutt (Tren a Bergen minuto a Minuto), mostraba justo eso: un viaje de Oslo a la segunda ciudad del país, Bergen, grabado por una cámara desde la ventana delantera del tren. Por supuesto, lo que se ve no es solo una ferrovía: se ven los magníficos paisajes de montañas y bosques, los poblados que se atraviesan, la gente en los andenes … se ve el país tal como es, sin edición ni libreto, desde la perspectiva del motorista del tren.
Lo que pocos esperaban era el enorme éxito que en Noruega y luego en otros países tuvo esa audaz decisión. Cuando el primer programa del viaje en tren, ideado por los productores Rune Moklebust y Thomas Hellum fue lanzado al aire en la NRK ⎯la televisión pública noruega⎯, un millón de personas (la cuarta parte de la población del país) vio el programa.
Un nuevo paradigma comenzaba para la TV en nuestra era de vértigo, emociones excesivas, velocidad y edición frenética. Por lo menos en aquel país nórdico, la gente estaba dispuesta y deseosa de una televisión que los dejara ver, sin prisas y sin la dictadura de una edición vertiginosa.
La recepción fue tal que pronto hubo que generar muchas otras emisiones con temas distintos, como una faena pesquera de cinco horas o dos horas de las manos de una tejedora artesanal creando algunas piezas. La emisión del barco fue vista por la mitad de la población del país. Y poco a poco, otros países nórdicos, luego Reino Unido, Francia, Australia y Canadá, comenzaron a disfrutar del fenómeno que hoy es mundial y sigue creciendo en cada vez más naciones.
¿Cuál es la clave detrás del éxito de este formato?
Es difícil saberlo, pero seguramente tiene que ver con las mismas razones que llevaron a miles de personas en el mundo a adherirse a movimientos como Slow Food o Slow Cities. La Organización Mundial de la Salud estima que hasta el 15% de la población mundial sufre de estrés y ansiedad crónicas, y nuestro ritmo de vida no hace más que empeorar el panorama. Una televisión que permite la contemplación de la cotidianidad es sumamente atractiva para aquellos que quieren detener por un momento ese vértigo. Es como yoga para televidentes.
Como indicó en 2014 Nathan Keller, reportero del New Yorker, “es una apuesta más centrada en el movimiento que en la acción y el conflicto”. Y esto cambia de modo radical muchas de las cosas que siempre se nos han dicho sobre la televisión “exitosa”. Nos acostumbramos a hacer saltar a los televidentes en sus sillas con escenas de gran suspenso, o a hacerlos llorar y reír con los dramas, y olvidamos que nos gusta contemplar.
Lo que se ofrece en este tipo de televisión es una experiencia. Vivir un viaje como lo vive un viajero, con la posibilidad de observar los constantes pero pequeños y suaves cambios. Nadie puede decir que sea una televisión estática: pasan muchas cosas, cosas fascinantes, con la única diferencia de que pasan lentamente y sin estrés.
Pero hay algo aún más importante. Los paisajes de montañas y fiordos desde los ferrocarriles, un barco sobre las encrespadas olas del mar del Norte o un tejido tradicional son elementos esenciales de la cultura y la identidad nórdica, y los habitantes de ese país están encontrando una forma novedosa de conectarse audiovisualmente con las cosas que, en el mundo de la globalización, mantienen su sentido de nación. Es una lección que puede ser aprendida por la televisión latinoamericana. Obviamente, por la TV pública, que es la guardiana de la identidad y la diversidad.
Para algunos detractores, especialmente algunos críticos de televisión nórdicos, este formato no es más que una experiencia aislada que no sobrevivirá en el tiempo, que ha tenido un éxito repentino por ofrecer una pausa momentánea en un mundo tan convulsionado, pero que pocas probabilidades podría tener de sobrevivir en el largo plazo, mientras para otros analistas, es un modelo que llegó para quedarse, probablemente no será masivo, pero sobrevivirá en el tiempo.
¿Tendría este formato éxito en América Latina?
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A primera vista la respuesta a una propuesta así en nuestra región sería la misma que supusieron los creadores en Noruega: no funcionaría. Pero funcionó, y muy bien. La diferencia puede radicar más bien en lo cultural, pues nuestra TV está altamente influenciada por las formas estadounidenses, que incluso en los géneros documentales implican un ritmo acelerado y la constante premisa del conflicto dramático: riesgos, rivalidades, obstáculos y superación.
Pero al mismo tiempo, América Latina tiene una gran tradición de historias sencillas muy bellas, relacionadas con las artesanías, la música y los paisajes. Incluso las televisiones públicas de Argentina, Colombia y México han explorado bastante los formatos de viaje cultural, en donde los presentadores caminan o van en bicicleta por poblados y regiones rurales de sus países, a paso tranquilo y permitiendo a las cámaras y micrófonos captar la belleza de los lugares.
Para este género documental, las emisiones de televisión lenta permitirían hacer visible la belleza de un paisaje o la riqueza de una artesanía. Podríamos vivir por televisión el icónico viaje de Cuzco a Machu Picchu, en tiempo real, y sentirnos parte de la experiencia. O contemplar como los artesanos de San Jacinto, un poblado de la costa Caribe de Colombia, elaboran los famosos sombreros “vueltiaos”, de franjas blancas y negras. Incluso la hermosa tradición de las trenzas de las mujeres de Oaxaca sería perfecta protagonista para una emisión.
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Este formato permitiría también transmitir el emocionante vaivén de los surfistas en las playas de Río de Janeiro, el paso a paso de procesos industriales (algo ya explorado por muchos realizadores en Vimeo y YouTube), personas desprevenidas haciendo yoga en un parque o especiales de caminata y escalada por parajes agrestes que transmiten emoción sin necesidad de editar ni comentar.
Las emisiones noruegas son transmisiones especiales, no seriados, por lo que no están sujetas a las parrillas. Además, estos canales utilizan con total naturalidad plataformas de Internet como YouTube para mantener al aire estos productos, e incluso ya están en las versiones europeas de Netflix. Así, los canales latinoamericanos que vean difícil acomodar una emisión así en sus parrillas pueden pensar en el streaming de video. Otra forma como las nuevas pantallas pueden apoyar la experimentación con formatos.
Sobra decir que es la televisión pública la que puede explorar mejor estos nuevos formatos. No descartemos que América Latina pueda encontrar en la Slow TV una forma de transmitir sensaciones y preservar la identidad, pero también de brindar a los televidentes emociones diferentes. Todo se trata de atreverse y ensayar.
Gabriel E. Levy B.
Sergio A. Urquijo Morales