Estamos en el tiempo de la obsolescencia. Dispositivos eléctricos y electrónicos que antes podían durar décadas en una casa ahora no pasan de dos o tres años, en el mejor de los casos. Las empresas de tecnología ya ni siquiera necesitan echar mano de la controvertida obsolescencia programada, pues las tendencias del mercado y las innovaciones tecnológicas son motivo suficiente para que millones de usuarios se acostumbren a cambiar sus equipos con una frecuencia casi alarmante.
¿Pero en que momento los televisores dejaron de ser un objeto de alto valor y se convirtieron en aparatos desechables?
En toda Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo XX el Televisor reemplazó a las chimeneas y mesas de cenar como centro de la vida hogareña, era un instrumento de cohesión para todos los miembros de la familia y la base de gran parte de las discusiones sociales de la cotidianidad.
Durante los años 80, en América Latina la compra de un televisor a color era todo un acontecimiento familiar. En algunos lugares de Colombia ocurría que una familia organizaba un viaje a la isla de San Andrés (puerto libre del país) para comprarle a los “turcos” de la isla el aparato con un mejor precio. En Chile ocurría lo mismo en Iquique; en Venezuela, fue en Isla Margarita; y Ciudad del Este, en Paraguay, era el paraíso para la compra de los televisores con tecnología PALM, adquiridos por argentinos, brasileros, uruguayos y paraguayos. Colón en Panamá fue el referente para todo Centro América. La inversión en el viaje era rentable porque los equipos comprados duraban décadas en los hogares.
A diferencia de los años 70 y 80, en los 90 la esencia familiar de este equipo fue desapareciendo, debido a fenómenos tanto de mercado como culturales.
Los precios de los televisores comenzaron a reducirse significativamente en la mayoría de los países latinoamericanos a finales de la última década del siglo pasado, principalmente México, Argentina, Perú, Chile, Colombia y Venezuela, debido a la oleada de gobiernos neoliberales de la época, que al liberar las restricciones arancelarias e impositivas de importación estimularon la masificación en la venta de los dispositivos, facilitando que la población pudiera acceder a costos muy inferiores a dichos equipos, propiciando a su vez que el televisor comenzara a convertirse en un dispositivo más personal. Fenómenos que se consolidó con la entrada de las denominadas grandes superficies comerciales.
La baja en precios en estos dispositivos, que antes eran muy costosos, y el aumento en la capacidad adquisitiva en los países en desarrollo, permitió que el televisor saliera de las salas y encontrara nuevo lugar en las habitaciones. Hoy, en cualquier familia de clase media en América Latina, e incluso en sectores de bajos ingresos, es común encontrar en televisor “personal” de cada miembro. Es común que cuando un miembro de una familia comienza a devengar ingresos propios, una de las primeras adquisiciones que hace es su televisor.
Pero esta evolución no tendría como haberse dado a tal velocidad si no fuera por la variedad de los contenidos. La popularización del cable en América Latina, a partir de 1990, seguida por los precios más bajos de la televisión satelital, llevó a los hogares una variedad inesperada de canales temáticos que desencadenó una especie de silenciosa “crisis” familiar.
Con canales adaptados al gusto de cada persona, no había más motivo para que todos los miembros de cuatro generaciones de una familia se sentaran ante un televisor a ver la oferta de cuatro o cinco canales abiertos, que normalmente obedecía al gusto y exigencia de los mayores, excepto la franja infantil de 5 a 7 p.m. y de los sábados y domingos en la mañana, dedicada a los niños.
El cable descubrió los gustos, hasta el momento opacados, de los adolescentes, así como de los grupos de interés, y desencadenó una fascinante explosión de contenidos que, a su vez, exigieron un cambio en el uso de dispositivos.
Estos factores convirtieron al televisor, en un elemento personal más que familiar. Y ni hablar de la llegada de los dispositivos móviles conectados.
La mejora en las resoluciones de proyección del audio y del video han hecho que un televisor de última generación parezca obsoleto en cuestión de meses, lo que al final termina siendo un tipo de obsolescencia programada. Quien compró un televisor digital de plasma a principios de siglo, pensando que era lo máximo, quedó rápidamente decepcionado al aparecer el HD. Luego los equipos digitales HD quedaron fuera del mercado con los sistemas SmartTV. El 4K rápidamente hará ver obsoletos a todos los actuales televisores, pero en pocos años se verá insuficiente al lado del 6, 8, 10 y 12K.
La venta de televisores de ultradefinición —4K y 8K; OLED, HRD y pantalla curva— aumentó un 38% en 2017 en el mundo; según el portal www.grandviewresearch.com, el 4K es el segmento de mayor crecimiento principalmente por la caída en los precios, pero definiciones superiores comienzan a ser masivamente comercializadas incluso cuando no hay aún muchos contenidos para aprovecharlos.
El mercado global de Smart TV, estimado en 180 mil millones de dólares, podría alcanzar los 292 mil millones de dólares para 2025. Pero más asombroso es el desarrollo de los tamaños de pantalla. Los televisores de rayos catódicos satisfacían a la familia con solo 21 pulgadas. Hoy, promedian las 42 pulgadas, y el mercado de pantallas domésticas gigantes, que llegan a 64’’, aumenta rápidamente, incluso en países en desarrollo.
Para las telcos, esos cambios culturales significan oportunidades de negocios impresionantes, como la inmensa oferta y variedad temática que permite expandir los paquetes de servicio. Más notorias que las oportunidades son los desafíos: la popularización de televisores de ultradefinición abre un enorme mercado de contenidos que apenas se está desarrollando, pero al mismo tiempo representa un gran desafío, pues se requieren redes cada vez más robustas.
En pocas palabras, la calidad de los dispositivos está bastante adelante que la de los contenidos, pero esta brecha comienza a ser notada por las empresas. Por eso los organizadores de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 tienen toda la confianza en que su proyección de transmitir todo el evento en 8K tiene el respaldo del mercado, pues para entonces muchas personas tendrán los dispositivos apropiados para aprovechar las sutilezas de dicha definición.
Lo mismo ocurre con la interactividad y la transmedia: los smartTV están permitiendo el desarrollo de productos televisivos con un gran componente web y de redes sociales, aunque en este terreno es más el desarrollo logístico que el narrativo. Una oportunidad y exigencia para canales y productoras.
Más allá de las consecuencias ambientales y sociales del consumismo, en el mundo de la televisión podemos hablar de un asunto cultural importante: como un elemento tan importante y central en los hogares, como era el televisor, se está convirtiendo en un equipo más que se reemplaza con la misma facilidad que un teléfono o una cámara, pero sobre todo, cuyo uso cada vez es más personalizado.
Pero si bien las novedades y mejoras constantes de tecnología hacen parecer rápidamente obsoletas las versiones anteriores de los televisores, no se debe caer en el juego de la obsolescencia, siempre es importante preguntarse si es necesario adquirir una tecnología superior o si es mejor optar por la prudencia y esperar el tiempo suficiente.
Igualmente es importante que tanto las telcos como las productoras de contenidos estén atentas a las implicaciones de los cambios culturales y económicos de las sociedades, posiblemente reconocer y aprovechar estos cambios es lo que ha permitido que plataformas como Netflix y Amazon crezcan tan rápido.
Si bien el televisor pasó de ser el centro del hogar a un elemento personal, con las ventajas y desventajas que implica esta disgregación familiar, en una región donde la familia tiene tanto peso, como es América Latina, telcos y productoras están llamadas elaborar estrategias para que los miembros de un hogar puedan encontrar de nuevo un lugar de comunión ante los muchos televisores de la casa.
Por:
Gabriel E. Levy Bravo
Sergio A. Urquijo Morales