El universo de las telecomunicaciones cambió dramáticamente. Los medios, los dispositivos, las plataformas y los hábitos de consumo de los ciudadanos sufrieron una transformación espontánea tan significativa, que los esquemas sobre los cuales se cimentaron los modelos de distribución de contenidos se han quedado obsoletos y en algunos casos inservibles, incluso, vistos en perspectiva resultan muy anacrónicos frente a los desafíos del presente.
En el artículo “La crisis oculta de las Ott” se describe como la mayor fortaleza de Netflix ha sido su capacidad para adaptarse y mutar estructuralmente sus propios modelos de distribución, tanto y tan rápido, como el mercado lo ha demandado. Netflix nació como una compañía de renta de películas por correo, que con la viabilización del video en internet se transformó en el más importante distribuidor bajo demanda de películas en línea, ideando su propio esquema de tarifa plana y apostando por influir y cambiar de forma profunda los diseños característicos del consumo audiovisual, estimando que podría acabar con la televisión convencional.
Con el paso del tiempo, Netflix entendió que los esquemas del consumo televisivo están tan arraigados en la mente de los consumidores y su rol como sistema articulador de las industrias culturales es tan sólido, que tuvo que propiciar un inesperado giro de 180 grados sobre sus propios modelos de mercado e imitar los esquemas de consumo televisivo como estrategia de supervivencia.
¿Pero, por qué las TELCO no son capaces de reinventarse a sí mismas?
A diferencia de lo que ha ocurrido con NETFLIX y la mayor parte de las compañías que han nacido en la era del .com, las empresas de Telecomunicaciones no gozan de la misma flexibilidad ni capacidad de adaptación y las causas por las cuales son tan rígidas y conservadoras como sus modelos comerciales, tienen sus orígenes principalmente en dos grandes detonantes.
En primer lugar, es necesario entender que muchas de estas compañías nacieron en otros momentos históricos, varias de ellas hacen parte de la génesis de las telecomunicaciones mismas, como en el caso de ATT o Telefónica de España (Movistar) y por consiguiente su desarrollo corporativo y de servicios, se consolidó en un lapso de tiempo de más de un siglo, casi al ritmo proporcional de crecimiento y transformación de cualquier producto de manufactura de la era industrial moderna. Otras compañías nacieron entre la década de los 70 y 90, en un momento floreciente de la economía, especialmente en América, desde Alaska hasta la Patagonia, incorporando servicios de televisión por suscripción o de telefonía móvil, que se convirtieron en verdaderas minas de oro y llenaron a cantaros los bolsillos de los inversionistas.
En segundo lugar, las compañías de Telecomunicaciones han basado su modelo de negocio sobre las estructuras tecnológicas mismas, en su gran mayoría constituidas por redes de cobre, satélites, microondas y sistemas de cable, lo que ha causado que su comprensión de los esquemas comerciales del sector, giren alrededor de las inversiones en tecnología, versus los consecuentes esquemas de retorno de la inversión, casi como una regla inflexible: invierten esperando retornos expeditos sobre la inversión.
Esta dependencia casi compulsiva frente a las tasas de retorno, evidencia su inflexibilidad frente a empresas como Netflix que continua haciendo inversiones astronómicas, casi una década después de iniciado su modelo online, sin haber alcanzado un retorno proporcional aún en búsqueda de un esquema comercial estable, en condiciones muy similares a las experimentadas por Google y Facebook en los tiempos de su génesis, que antes de disfrutar las mieles de los altos márgenes de rentabilidad de internet, debieron padecer la época de las vacas flacas.
Tanto por su incapacidad de adaptación proporcional a la vertiginosidad de la contemporaneidad, como por la dependencia a los muy altos márgenes de rentabilidad, las TELCO perciben la contemporaneidad como un apocalipsis, en donde son las principales víctimas y así se lo han vendiendo ideológicamente a los gobiernos y los órganos reguladores globales, buscando excesivos mecanismos, ya sea de privilegios, de protección regulatoria o por el contrario de desregularización total de los mercados, situaciones en todos los casos innecesarias, perjudiciales e inconvenientes, que al final terminan distorsionando no solo los mercados, las industrias culturales, sino las mismas compañías de telecomunicaciones.
La reciente ruptura de la neutralidad de red por parte de la FCC en los Estados Unidos, promovida y respaldada por el gobierno de TRUMP, no es más que una excesiva, innecesaria y muy perjudicial concesión que este gobierno republicano le hizo a las compañías de Telecomunicaciones, especialmente a Comcast y Time Warner Cable, como resultado del agresivo y por demás invasivo lobby cargado de pánico, provocando la erosión de los principios básicos que cimientan internet y que han promovido su propio crecimiento y la aparición de millones de modelos innovadores, conocidos como Startups y que Dejarán de emerger a causa de esta decisión, terminando por perjudicar en el camino no solo a las .com, sino a las mismas TELCOS.
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En América Latina el lobby no lo han enfocado en la Neutralidad de Red (por ahora), sino en la des-regulación misma de todo el sector, buscando desaparecer los mecanismos de control estatal (protección de usuarios, acciones de control monopólica, sistema de contraprestaciones), usado a las OTT como “chivo expiatorio”, para liquidar toda forma de competencia equiparable, ya sea los pequeños o medianos operadores (Argentina, o en su momento Brasil), los sistemas comunitarios (Colombia 2010 – 2018) y cooperativos (Paraguay 2008 – 2018), o incluso como intentaron recientemente en Colombia, buscando desfinanciar la televisión pública radiodifundida y la TDT (2018).
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Pero si bien todas las acciones emprendidas por las grandes compañías de Telecomunicaciones con presencia multinacional, en su intencionalidad buscan crear mecanismos de protección para sus mercados, en realidad termina siendo perjudicial para todo el ecosistema del sector, por un lado la permanente intención de acabar con los pequeños operadores, especialmente los de origen comunitario y cooperativo, lo único que genera en el largo plazo es un aumento incontenible de la brecha digital, pues estas mismas compañías no tienen el interés de cubrir las zonas más alejadas y socialmente más vulnerables, esto a su vez causa un agotamiento anticipado de las posibilidades de expansión del mercado al no permitir que un segmento poblacional entre en la cadena de valor de la industria.
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La intencionalidad de las grandes TELCO, de bajar drásticamente las tasas de contraprestación, desfinanciando de paso los contenidos audiovisuales (especialmente públicos), afecta todas las industrias culturales nacionales, desacelerando uno de los sectores de la economía más sostenibles en el largo plazo, causando mayores índices de desocupación y desempleo, en una región que de por sí ya tiene serios problemas en este aspecto, lo cual sumado a la pretensión de acabar globalmente con la neutralidad de red, impedirá que emerjan nuevas Startups que amplifiquen el espectro de la industria de contenidos y por consiguiente bloquean la aparición de futuras industrias culturales en la región.
Es importante recordar que en su momento el gobierno de Barack Obama declaró Internet un servició público esencial y aumentó los mecanismos de protección de la neutralidad de red, advirtiendo que al no existir contenidos y servicios novedosos que promuevan el uso de internet (está comprobado que la gente usa internet por Starups novedosas como Facebook, Youtube, Uber, etc) el mismo Internet podrá correr peligro de mutar, convirtiéndose en una red aburrida, totalmente comercial o incluso llegar a desaparecer tal y como lo conocemos.
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Es posible que en un principio las medidas regulatorias que pretenden imponer las TELCO generen un alivio temporal, pero sin nuevas empresas de creación de servicios, apps y contenidos, a causa de una red con acceso restringido y categorizado debido a la falta de neutralidad. Con una industria audiovisual regional, local y comunitaria liquidada por falta de estímulos y recursos en las contrapartidas del estado, la disminución en el poder adquisitivo, la brecha digital aumentada y la falta de mecanismos regulatorios para el impulso y equilibrio del sector y la ausencia de una regulación y un regulador especializado, al final lo que se terminará produciendo, es una bomba molotov que desacelerará todo el sector de las telecomunicaciones, que con una brecha digital agrandada, no permitirá que el mercado se pueda abrir y crecer a otros horizontes y por consiguiente el sector entraría en una espiral incontrolable de desaceleración sistémica.
Es indudable que el tiempo de la bonanza terminó para las grandes empresas de telecomunicaciones, el mercado ya no responde de igual forma y las tasas de retorno son muy inferiores, la crisis es real y existe. No obstante, el remedio no puede ser una estrategia de “Tierra arrasada”, mediante una involución simplista.
Las pretensiones de las grandes compañías de telecomunicaciones resultan tan absurdas como imaginar que con la crisis que tuvieron las compañías postales en la década de los noventa, por cuenta de los sistemas de correo electrónico, la solución hubiera sido acabar la regulación postal, acabar con la neutralidad de red para que no aparecieran en el futuro nuevas formas de comunicación como WhatsApp y de paso liquidar las pequeñas compañías de mensajería regional.
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Las grandes compañías de Telecomunicaciones deben cambiar completamente su enfoque y transformar su absurda rigidez en una armoniosa flexibilidad. Posiblemente una buena estrategia sea atraer y contratar talentos de compañías como Alphabet Corporation, Facebook, Netflix o Uber, que les ayude a planear una profunda reingeniería, a convertirse en compañías líquidas, con una mirada flexible y transversal del mercado, a pensar nuevos modelos de negocio que no sean simples burdas copias de las OTT, que les permitan construir nuevos horizontes y afrontar con dignidad el futuro, con optimismo creativo y no el lastimero espectáculo victimizado, que solo sirve para evocar un melancólico recuerdo, de un rentable pasado que claramente no volverá.
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